Biografías para el recuerdo: Salomón Sáenz
03-12-72
Anales 73, pg.35
En la tarde del 3 de diciembre descansó en el Señor en nuestra casa de Madrid, García de Paredes, 45, el buen P. Salomón Sáenz de Pipaón. Últimamente estaba muy decaído y no ha extrañado su rápido final. Contaba ochenta años de edad y conservaba la lucidez mental y el buen humor que siempre le caracterizó. Pertenecía a nuestra casa de Teruel, y el Superior, P. Alfredo Eslava, le acompañó en sus últimas horas.
En el funeral y en el entierro estuvieron presentes, además de la Comunidad de García de Paredes, nuestro Visitador, P. Jaime Corera, y representantes de nuestras comunidades más cercanas, Albacete, Cuenca y Teruel. Concelebraron los superiores de estas tres casas y los PP. Arturo y Azpilicueta.
El P. José Fernández Riol, a petición nuestra, nos cuenta sus impresiones de la estancia en Teruel del P. Pipaón, con quien convivió tres años.
«Siendo estudiante en Salamanca me encontré por primera vez con el P. Sáenz de Pipaón. La imagen que de él me formé entonces ha persistido hasta mi último encuentro con él, este verano pasado cuando fui a visitarle a Madrid.
En Teruel he convivido con él durante casi tres años y a pesar de su enfermedad y de sus achaques no perdió el buen humor, que le caracterizó siempre, en ningún momento. ¡Qué buen humor tiene este hombre!, era nuestro comentario continuo. Recuerdo cuando en el comedor o en la salita nos contaba sus trabajos y anécdotas de Cuba. No por mucho oídas eran menos interesantes o divertidas. Era para nosotros un descanso un rato de charla con él, por las ocurrencias y anécdotas con que salpicaba cualquier conversación y era para nosotros un sedante en la monotonía de los días y de las clases.
Tomaba pretexto de cualquier circunstancia para remontar su pensamiento a su querida Navarra. Cuántas veces le hemos oído cantar esas jotas de su patria chica, con voz cansada por los años.
Nunca se olvidaba de las fiestas y acontecimientos especiales de su tierra. Aunque no nos dijera nada, nosotros lo notábamos por su buen humor, si cabe, aún más alegre y expansivo en esas fechas.
Su prodigiosa memoria, que conservó hasta el fin de su vida, nos sorprendió siempre. Cualquier comentario nuestro sobre las clases o de( modo de que (os alumnos aprendieran mejor esta o aquella materia de sus estudios, era ocasión para que él nos recitara la lista de los reyes de España, los elementos completos de la física o cualquiera de las muchas cosas que recordaba de sus estudios de humanidades.
Sin embargo, nuestra admiración hacia él subía de grado al comprobar su profunda piedad. Cuantas veces entrábamos en su cuarto lo encontrábamos con el breviario y el rosario sobre la mesa. A veces le oímos quejarse de su vista y decir que era una dificultad para rezar el breviario que, según propia confesión y a pesar de sus achaques, rezaba todo completo según el modelo antiguo, antes de ser acortado por las últimas renovaciones, porque con el nuevo «no se entendía», como él solía decir.
Rezaba las tres partes del rosario, porque era la mejor manera de pasar el mucho tiempo que él se veía obligado a permanecer solo a causa de su enfermedad. Aun en los días más crudos del invierno de Teruel, le veíamos dirigirse todos los días a la capilla de la comunidad, que estaba sin calefacción, para celebrar la santa misa.
Su único pesar, en los años que viví con él, era el estar inactivo, pero ni su enfermedad ni edad eran obstáculo para que acudiera todas las tardes con puntualidad a las siete y media a su confesonario en la iglesia donde le esperaban siempre un nutrido grupo de personas, y que no abandonó hasta que fue a Madrid para ser atendido en su enfermedad.
En Madrid le visité varias veces. Siempre le encontré con el mismo buen humor y con su excelente memoria, preguntándome interesado por todas las cosas de la casa de Teruel.
Ahora sí que podrá rememorar, como a él le gustaba, todas sus andanzas apostólicas por tierras de España y América, a semejanza de San Francisco Javier, a quien él tanto quería, y que se lo llevó junto al Señor en su fiesta, libre ya de las nostalgias impuestas por su naturaleza gastada y enferma”.
Anónimo
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