Cine Club Paúles (Barakaldo): un referente en la transición (VII)
La dinámica de cambios en que se vio inmerso el cineclub, desde sus inicios, venían motivados por su voluntad de adecuarse a una situación social y política muy volátil. Esta era una clara consecuencia de la transición política en que estaba inmersa la sociedad española, que como no podía ser de otra forma estaba afectando también de lleno tanto al sector cinematográfico como a los propios cineclubs.
En el marco político el triunfo de la reforma sobre la ruptura trajo consigo una institucionalización de la política. Esta circunstancia llevó aparejado el cierre de los espacios informales, entre los que se encontraban los cineclubs, que se habían creado durante el régimen franquista con el objetivo de canalizar las inquietudes democráticas y de cambio social a las que aspiraba la oposición y una parte importante de la sociedad. En ellos encontró, igualmente, una forma de expresar su propio discurso político.
El control que el franquismo impuso al sector cinematográfico también comenzó a resquebrajarse, igualmente, tras la muerte del dictador, para adecuarse al nuevo escenario político. El primer exponente de la nueva situación llegó en febrero de 1976 con la supresión de la censura de guiones, a la que siguió en noviembre de 1977 la desaparición de la censura cinematográfica. Estos dos hechos permitieron poner fin a las restricciones que pesaban tanto sobre la producción cinematográfica española como sobre la producción cinematográfica extranjera. Se conseguía de esta forma ampliar el discurso cinematográfico para las películas españolas y la normalización de la exhibición, con la autorización de numerosas películas extranjeras prohibidas por la censura franquista.
Los cambios políticos y las modificaciones normativas en materia cinematográfica, que se materializaron tanto en la producción como en la exhibición de las películas, tuvo una incidencia directa en la práctica cinematográfica de los cineclubs, quienes se vieron obligados a adecuar su trabajo a la nueva coyuntura social, ya que parte de la labor que venían desarrollando durante el franquismo dejó de tenor sentido. Un ejemplo elocuente de ello fue la función política y de oposición a la dictadura que muchos de ellos desarrollaron de manera activa durante bastantes años.
La necesidad de ajustarse al nuevo escenario social llevó al Cine-Club Paúles a reformular su actividad cinematográfica durante la temporada 1978-79, dando mayor protagonismo en su programación a los aspectos cinematográficos en detrimento de los políticos y sociales que hasta entonces habían sido los predominantes. No es que se abandonasen éstos sino que pasaban a un segundo plano.
El nuevo rumbo por el que comenzaba a transitar la programación trajo igualmente a un reformulación de los ciclos, que hasta entonces se habían caracterizado por su entronque mensual. Así éstos desbordaron ese marco temporal para diseminarse por toda la temporada, exponente de ello fue el ciclo de cine español, que comenzó en octubre y continuó durante los meses de enero y abril. La amplitud del mismo, que acogió la exhibición de trece películas, hizo posible ofrecer una amplia panorámica de la cinematografía española, que se inició, no obstante, con Nazarín (1958) una producción mexicana del cineasta español Luis Buñuel, y finalizó con Tocata y fuga de Lolita (Antonio Drove, 1974), una comedia, exponente de lo que se llamó la “Tercera vía”.
El cambio en la programación también se plasmó en el ciclo dedicado a los “Nuevos directores americanos”, aunque la expresión más correcta habría sido hablar de estadounidenses, a los que se dedicaron, también, tres entregas. Las dos primeras tuvieron lugar en febrero y mayo de 1979 y la tercera en mayo de 1980, proyectándose en total doce películas. Entre las que se encontraban títulos como Así habla el amor (Minnie and Moskowitz, John Cassavetes, 1971), American Graffiti (American Graffiti, George Lucas, 1973) y Loca evasión (Sugarland Express, Steve Spielberg, 1974).
Los ciclos temáticos volvieron a formar parte importante de la programación durante la temporada 1979-80, con un fuerte componente social. Ejemplo de ellos fueron los ciclos programados en octubre (“El fascismo cotidiano”), diciembre (“Cine e ideología”), enero (“El mañana… un mundo feliz”) y marzo (“Sindicalismo y luchas obreras”), con los que el cineclub retornaba en cierta manera a sus orígenes aunque en una coyuntura diferente y con un enfoque renovado, ya que los temas planteados no habían dejado de ser actuales y por ello susceptibles de debate en los coloquios, que seguían siendo una de las labores que debían desarrollar los cineclubs. Junto a estos ciclos se reservó un amplio espacio para el dedicado a las “Mujeres directoras”, que tuvo lugar durante los meses de noviembre (1979) y febrero (1980).
En su afán por abrir nuevos posibilidades a la exhibición de películas el Cine-Club Paúles optó por la puesta en marcha de las “Sesiones Especiales”, que constituyeron la principal novedad de la temporada. Se partía de la experiencia previa que habían aportado las “Sesiones Informativas”, en las que se había ido ofreciendo de forma periódica, pero de manera irregular, una serie de películas que por diferentes motivos no tenían encaje en la programación de los sábados. Las nuevas sesiones, que constituían en si mismas un reto, se caracterizaban por ser una propuesta novedosa, ya que incorporaban, por una parte, una periodicidad fija, los domingos, y por su formato de programa doble, formado por películas modernas, que no habían contado con una distribución comercial adecuada y filmes clásicos, que se podían haber visto en televisión pero no en las salas cinematográficas.
Con este planteamiento se buscaba profundizar en el trabajo realizado, hasta entonces, en las “Sesiones Informativas”, y contribuir de paso a ampliar la oferta cinematográfica de Barakaldo, que como explicaban en el programa del mes no era muy estimulante para los cinéfilos: “El pobre panorama que siempre ha caracterizado a Barakaldo, en cuanto a exhibición cinematográfica, es lo que nos ha impulsado a cubrir esta situación en la medida de nuestras posibilidades”. Respondiendo a ese objetivo se exhibieron, entre otras, las siguientes películas: La batalla de Argel (La battaglia di Algeri, Gillo Pontecorvo, 1965) y El Chico (The Kid, Charles Chaplin, 1921); Estado de sitio (Etat de siège, Costa Gavras, 1972) y El navegante (The Navigator, Buster Keaton, 1928).
La estabilidad que el Cine-Club Paúles logró imprimir a su actividad cinematográfica, con los necesarios ajustes para adecuar ésta a la realidad social, tan cambiante de la época, le permitió ir creciendo y sumando iniciativas a las sesiones de los sábados. La temporada 1980-81 fue una fecha clave en el trabajo que venían realizando en pro de la cultura cinematográfica, ya que la buena acogida que la gente dispensó a la “Sesiones Especiales”, les llevó a incorporarlas a su programación habitual, por lo que se decidió agruparlas bajo un enunciado propio, para lo que se puso en marcha una nueva sección que denominaron Cinestudio Metrópolis.
De esta forma la programación creció de forma significativa, ya que a las sesiones de los sábados, cuya estructura era la tradicional de los cineclubs, al estar centradas tanto en los ciclos temáticos como en los estrictamente cinematográficos, con sus respectivos coloquios al final de la película, sumaban las de los domingos correspondientes a las del Cinestudio Metrópolis, con un carácter diferente, aunque complementario, al estar enfocadas en el terreno de la difusión cinematográfica, de hay su estructura de programa doble, formado como se ha señalado anteriormente por la combinación de un filme moderno y otro clásico. Una iniciativa que venía a completar la emprendida anteriormente con la sección infantil, denominada Cine-Club Keaton, que los domingos y festivos ofrecía también sesiones pensadas para los más jóvenes.
Este conjunto de actividades cinematográficas era un signo elocuente del momento dulce por el que atravesaba el cineclub, cuyo trabajo en pos de la difusión cinematográfica le habían convertido en un referente cultural. Una trayectoria cinematográfica que suscitaba el siguiente comentario elogioso en el diario Deia, donde se señalaba que el Cine-Club Paúles no sólo había conseguido “sobrevivir en sus sesiones sabatinas dedicadas a los socios durante siete años, sino que además ha extendido su radio de acción al cine infantil, manteniendo un cineclub para niños, Cine-Club Keaton, donde todos los domingos y festivos proyectan un film adecuado para los niños de Barakaldo. Y por si esto fuera poco, desde el pasado curso, han comenzado unas sesiones dominicales, a la siete de la tarde, de tipo filmoteca, donde proyectan dos películas -una de un director joven y actual y otra de un clásico del cine- para redondear más si cabe la labor cultural-cinematográfica de este cine-club”.
La etapa ascendente en la que se encontraba inmerso el cineclub, que le estaba dando una notable proyección cultural, se empezó a cuartear por un flanco inédito hasta entonces y que no podían controlar: la dirección del Colegio San Vicente de Paúl, en cuyo salón de actos tenían lugar las sesiones. Esta, que había cambiado con la designación de un nuevo director, comenzó a manifestar su disconformidad con las películas que se proyectaban, expresando su deseo de supervisar la programación, argumentando para ello que se estaba dañando la imagen del colegio.
Este intento de censurar la programación fue rechazado de plano por el colectivo que gestionaba el cineclub, que intentó en vano convencer al director del colegio, que eran dos entidades completamente distintas que no tenían nada que ver, con una actividad claramente diferenciada la una de la otra por lo que no podían supeditar la actividad del cineclub a sus intereses. Es más, se les indicó que cualquier que hubiera seguido mínimamente la trayectoria del cineclub en ningún caso podría vincular la actividad del colegio con la del cineclub, más allá del hecho puntual de que compartieran el nombre.
En vista de que no se llegaba a ningún acuerdo, se optó por proponer un cambio en el nombre del cineclub, que deslindase claramente la actividad de éste de la del colegio. Con ello se perseguía que bajo ninguna circunstancia se pudiera asociar el nombre del colegio con el del cineclub. La propuesta fue aceptada por la dirección del colegio, por lo que se procedió al cambio de nombre, de esta manera el Cine-Club Paúles pasó a denominarse Cine-Club Nosferatu. El nuevo nombre no implicó nada más, ya que tanto la estructura organizativa del cineclub como la línea de su programación no experimentaron ningún cambió, por lo que se mantuvo el mismo esquema de trabajo para las sesiones de cine, con sus correspondientes nombres: Nosferatu (para las películas de los sábados, con su pertinente coloquio), Keaton (para las películas infantiles de los domingos y festivos) y Metrópolis (para los programas dobles de los domingos).
La solución fue más aparente que real, cabe por ello calificarla como una tregua momentánea, ya que la dirección del Colegio San Vicente de Paúl volvió a plantear de nuevo su intento de dar su conformidad, de censurar, a la programación del cine-club. Algo a lo que el colectivo que lo dirigía se opuso, como no podía ser de otra forma, recordando a la dirección del colegio el compromiso al que se había llegado. Un acuerdo que se pretendía incumplir, que de hecho se incumplió, ya que al persistir las diferencias de criterio sobre el trabajo que realizaba el cineclub y al no poder controlar el mismo la dirección del colegio optó por no volver a ceder su salón.
Esta determinación provocó que la temporada 1981-82 fuera la última del Cine-Club Paúles. Un curso cinematográfico que comenzó con la proyección de Nosferatu, vampiro de la noche (Nosferatu, Phantom der nacht, Werner Herzog, 1978). Con la elección de esta película el cineclub quería simbolizar a la vez que remarcar el cambio de nombre que traía la nueva temporada. Una modificación, formal, que se restringió únicamente al nombre, ya que la programación siguió estructurada en torno a los ciclos temáticos, como “OTAN no”, y a los estrictamente cinematográficos como “Los cinemas nacionales contra el imperialismo de Hollywood” o “Ciencia- Ficción”. De igual forma el Cinestudio Metrópolis siguió con sus habituales programas dobles, de los domingos, por lo que esta sección fue la encargada de poner el punto final a la actividad cinematográfica de Paúles/Nosferatu el domingo 27 de junio con la proyección de Laberinto mortal (Les liens de sang, Claude Chabrol, 1978) y Can-Can (Can-Can, Walter Lang, 1960). Aunque en ese momento desconocían que esa iba a ser la ultima sesión del cineclub, ya que la noticia de que no podrían volver a utilizar el salón del colegio Paúles llegó a comienzos de septiembre cuando estaban en plena preparación de la nueva temporada.
La decisión de la dirección del Colegio San Vicente de Paúl precipitó la desaparición del Cine-Club Paúles/Nosferatu, ya que puso sobre la mesa la diferente visión que tenían los miembros del colectivo, que gestionaban el cineclub, sobre la estrategia a seguir a partir de ese momento. Los miembros más dinámicos del cineclub habían planteado la temporada anterior la necesidad de acomodar la dinámica de trabajo del cineclub a los nuevos tiempos y redefinir el papel que éste debía jugar en el futuro más inmediato. Para ello el cineclub debía diseñar una nueva estrategia de trabajo que le permitiera crecer a medio y largo plazo. Consecuentemente con este planteamiento plantearon una propuesta centrada en cuatro puntos: 1) Afianzar la labor que en el campo de la exhibición se estaba realizando; 2) Continuar y consolidar los cursillos de cine que habían comenzado a impartir; 3) Elaborar un proyecto para introducir el cine en la escuela; 4) La puesta en marcha de un taller de cine.
Un proyecto ambicioso de trabajo, pero necesario para afianzar el cineclub y asumir nuevos retos, que evidenció la diferente forma de concebir el cineclub, de cara al futuro, entre los miembros del colectivo que lo gestionaban. Lo que abocó a la definitiva e irreversible desaparición del Cine-Club Paúles/Nosferatu y a la puesta en marcha, por parte de cada uno de los sectores enfrentados, de dos nuevos cineclubs: Contrastes y Potemkin. Dos iniciativas, sumamente voluntariosas, que no llegaron a cuajar, por lo que su existencia cabe calificarla como efímera, tanto en cuanto al tiempo que llegaron a funcionar como por la escasa incidencia cultural que ambos tuvieron.
Fueron pálidos reflejos de trabajo que desarrolló el Cine-Club Paúles/Nosferatu en el campo de la exhibición cultural, ya que la impronta que dejó en la memoria de los cinéfilos baracaldeses fue muy amplia y ha perdurado en el tiempo, como se recordaba desde las páginas del diario Egin, bastantes años después de su desaparición: “Los cineclubs han jugado también un papel importante en esta historia (se refiere a la de la exhibición cinematográfica), y aquí la columna vertebral la ocupa el Cine-Club Paúles, una realidad casi legendaria que formó en el cine a toda una generación de barakaldeses, la generación del ‘encanto’ y el desencanto”.
En este sentido podemos indicar, por último, que el extraordinario papel que desempeñó el Cine-Club Paúles en el terreno cinematográfico durante las siete temporadas que funcionó, de febrero de 1975 a junio de 1982, constituyen un hito fundamental de la exhibición cinematográfica cultural en Barakaldo. Una experiencia irrepetible hasta la fecha, que ha quedado fijada, como un recuerdo imborrable, en la memoria de todos los cinéfilos.
Txomin Ansola
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