Doce años al servicio de inmigrantes
Era la víspera de la fiesta de la Inmaculada Concepción. La lluvia impidió iluminar la escalinata de la iglesia de La Milagrosa con faroles y velitas, como es tradicional hacer en Colombia, para anunciar la próxima fiesta de la Luz, la Navidad. Eso no impidió celebrar la “Fiesta de las Velitas”, en la Eucaristía de la tarde. Preparados para la procesión de entrada, con niños y adultos ataviados con trajes típicos de Colombia, alguien preguntó a uno de los niños de qué país era y el niño, con acento colombiano y vestido a la manera de Colombia, respondió: “soy español”.
Esta pequeña anécdota sintetiza el trabajo de este “Servicio Pastoral Manos Abiertas”, que durante doce años está trabajando por la acogida y la integración de los inmigrantes, principalmente de los países de América Latina y el Caribe. La identidad del niño, no está reñida con las raíces de la tradición y la religiosidad colombiana. Este Servicio Pastoral está insertado en la Pastoral diocesana de migración, no es una aventura particular, ni de un grupo especial, aunque su sede esté en la casa-iglesia de la Milagrosa, de los Misioneros paúles.
Han sido doce años de “manos abiertas”, como las de la Virgen Milagrosa, para acoger a muchos inmigrantes. Manos abiertas, que son también puertas abiertas, para que quien quiera de ellos pueda pasar una tarde aprendiendo en algún taller, dialogando y orando en una sesión de catequesis o, simplemente, para pasar el rato, en ese tiempo de descanso que deja el trabajo doméstico o ese tiempo en el que se sigue buscando un trabajo y se necesita un lugar cálido. Aquí tienen su lugar de encuentro. Al comienzo de esta experiencia, en plena efervescencia de la inmigración, fue lugar de encuentro, y hasta oficina de consulado, para celebrar la fe, para hacer deporte, para compartir sus costumbres y tradiciones, y sus “fiestitas”. Pero con el tiempo también, esa acogida de manos y puertas abiertas, ha ido dando paso a una integración en sus lugares de trabajo y en sus parroquias.
Actualmente, también afectados por la crisis económica, los inmigrantes han descendido en número. Unos han vuelto desilusionados a sus países, sin haber conseguido el sueño que les trajo aquí. Otros han vuelto con un poco más de esperanza a seguir haciendo patria en su país y con sus familias. Pero siguen estando entre nosotros otros muchos, que mirando a su país y familia lejanos, siguen soñando, y, además, trabajando mucho. En cualquier caso, durante estos doce años y en el momento presente, los objetivos de este proyecto siguen siendo los mismos:
Acoger humana y pastoralmente, de parte de la comunidad eclesial de Navarra, a los inmigrantes procedentes principalmente de los países de América Latina y El Caribe.
Acercar la vida de la Iglesia diocesana a los inmigrantes de estos países, que son mayoritariamente católicos.
Asegurar la atención pastoral que requieren de parte de la Iglesia Católica.
Favorecer la plena integración de los inmigrantes en las comunidades parroquiales en las que van fijando su residencia formalizada.
Promover la información, estableciendo redes de comunicación, sobre las iniciativas que ya existen para el apoyo de las personas inmigrantes, particularmente Caritas Diocesana y Cáritas parroquiales, y en coordinación con ellas.
Atender las necesidades básicas urgentes, todavía no cubiertas, de las personas y familias inmigrantes.
Durante estos doce años han sido muchas personas las que han cruzado estas puertas abiertas y que se han dejado estrechar por unas manos abiertas de Hijas de la Caridad, voluntarios y misioneros, Muchas las personas que han “llorado” su situación y que se han sentido consoladas. Muchas las personas que vuelven a celebrar su nuevo trabajo o la consecución de los papeles que las sitúa dentro de la ley. Diariamente, por las tardes, acude un grupo, que varía en número según las circunstancias de las personas y los horarios de trabajo, siempre para compartir, para hacer alguna “labor” o “cortar algún traje” (en el verdadero sentido de la frase), para sentir la calidez de la escucha y de la palabra compartida. Se podrían dar números de inmigrantes que se han acercado a estas “manos abiertas”, pero los números no cuentan, cuentan las personas y sus historias, sus silencios y sus alegrías. Y de esas se podrían contar muchas.
No perdemos de vista que es un Servicio de Pastoral, por tanto de evangelización, una acción eclesial, diocesana y vicenciana, por lo que toca a nuestra comunidad, a la presencia y trabajo de las Hijas de la Caridad y al servicio desinteresado de los voluntarios, con el carisma de San Vicente de Paúl.
Cuando comenzó este Servicio aún resonaba el eco de estas palabras: “En la Iglesia, sacramento de unidad, nadie es extranjero. La acción pastoral con los inmigrantes no es una actividad facultativa de suplencia, sino un deber propio de su misión” (Comisión Episcopal de Migraciones, 1999). Y nunca dejarán de resonar las palabras del Señor: “Venid, benditos de mi Padre, porque fui extranjero y me acogisteis …”
Pablo Domínguez, c .m.
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