Superior General: Carta de Adviento 2015, a la Familia Vicenciana
CONGREGAZIONE DELLA MISSIONE
CURIA GENERALIZIA
Un camino que nos haga mediadores eficaces de las promesas de Dios
Roma, Adviento 2015
Mis Queridos Hermanos y Hermanas, Miembros de la Familia Vicenciana,
Las Promesas de Dios
¡Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo! (Lev. 26,12).
¡Mi amor nunca se apartará de vosotros! (Is. 54,10).
¡Yo libraba al pobre que clamaba, y al huérfano que no tenía protector! (Job 29,12).
He aquí que hago todo nuevo… ¿no lo reconocéis? (Is. 43,19).
¡Todo el que vive y cree en mí no morirá jamás! (Jn. 11,26).
¡El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él! (Jn. 6,56).
¡No os dejaré huérfanos; volveré a vosotros! (Jn. 14,18).
Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt. 28,20).
Estos textos bíblicos encarnan y expresan la relación de alianza que Dios ha establecido con la humanidad. Todas las promesas que he recordado, requieren una forma de presencia para que todas esas palabras se cumplan. Permítanme presentarles algunos ejemplos para explicarles lo que quiero decir.
Cuando el pueblo clama contra sus opresores que les han esclavizado en Egipto, Dios estaba presente, escuchando sus clamores. Dios llamó a Moisés: Ven; yo te envío al Faraón, para que saques a mi pueblo de Egipto (Éxodo 3,10). Dios estaba presente, iniciando un alivio a la situación. Después de una amarga lucha, el Faraón cedió y el pueblo cruzó el Mar Rojo para comenzar su travesía del desierto. Dios estaba presente salvando a su pueblo. Cuando el pueblo pasaba hambre, el Señor les proporcionaba maná; cuando estaban sedientos, hizo brotar agua de las peñas. Dios estaba presente acompañando a su pueblo en momentos de necesidad. Ciertamente, Dios se hizo presente en medio de la lucha de su pueblo por medio del liderazgo de Moisés. Siglos más tarde, cuando el pueblo se reúne en otro desierto para escuchar las enseñanzas del Maestro, presenció la multiplicación de los panes y de los peces y su hambre fue saciada. Dios estaba presente, esta vez físicamente, en la persona de Jesús, como maestro, médico y consolador. El Maestro, no obstante, deseaba satisfacer no solamente su hambre física sino también su hambre espiritual: Yo soy el pan de la vida; el que venga a mí no tendrá hambre y el que crea en mí, no tendrá nunca sed (Jn. 6,35). Las siguientes palabras, de la carta a los Hebreos, resumen lo que intento decir: De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo (Hebreos 1,1-2).
¿Tiene esto algo que ver con el tiempo litúrgico del Adviento? Nosotros, como Vicencianos, estamos llamados a continuar la misión de Jesucristo, proclamando la Buena Noticia a los pueblos que están marginados y viven en las periferias de la sociedad: “Sí, nuestro Señor pide de nosotros que evangelicemos a los pobres: es lo que Él hizo y lo que quiere seguir haciendo por medio de nosotros.” [1](SVP. XI/3,386). En la medida en que nos comprometemos en este proceso de evangelización estamos preparando el camino del Señor y, al mismo tiempo, llegamos a ser mediadores que traen el cumplimiento de las promesas de Dios. A través de nuestros distintos ministerios /servicios nos unimos al deseo de Juan Bautista: Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar (Jn. 3,30).
Una Experiencia Misionera
Permítanme utilizar una de mis experiencias misioneras para ilustrar este punto. Durante mi visita a la Provincia de Madagascar, en 2011, en el momento de la celebración de su centenario, nuestro misionero, P. Antonio Kerin, compartió conmigo algunas de sus experiencias de ministerios/servicios en una zona muy remota del país. Habló de la alegría que había experimentado al ver los caminos por los que la Buena Noticia de Jesús se arraigaba en la gente. El Padre también habló de las dificultades que encontraba cuando intentaba convencer a la gente que nunca había oído antes el nombre de Jesús. Yo tenía ganas de ver esta misión y por eso prometí al P. Antón que le visitaría en un viaje posterior. Sólo en abril de 2015 pude cumplir esa promesa y, para hacerlo, tuve que viajar durante dos días por algunas de las peores carreteras que he visto durante mis 11 años como Superior general. Obviamente, no pude cubrir esta distancia por mí mismo, dado que no tenía familiaridad con los caminos. Esto significa, por consiguiente, que otros tuvieron que acompañarme. En este ejemplo específico, el Visitador, un laico y el padre Antón (que condujo las últimas nueve horas, el tramo más difícil del viaje) fueron mis compañeros a lo largo del viaje. Cuando finalmente llegamos a nuestro destino, el P. Antón nos llevó a la capilla donde fuimos recibidos por el gobierno local y las autoridades eclesiásticas. Al día siguiente tuve el privilegio de celebrar la Eucaristía con las gentes de la comunidad. Era un Domingo Vocacional y prediqué mi homilía en inglés que era traducida al malgache. También pude visitar y celebrar la Eucaristía en una de nuestras misiones más recientes, que fue establecida hace unos cuatro años, pero que ahora está floreciente. Sí, cumplí mi promesa al P. Antón pero, al mismo tiempo, descubrí que el P. Antón y los que ejercen el ministerio con él eran mediadores en la realización de las promesas que Dios y nuestros Fundadores habían hecho al pueblo de Madagascar.
Durante este tiempo de Adviento recordamos el hecho de que Dios ha sido fiel a las promesas que hizo a nuestros antepasados, y que han llegado hasta nosotros, como el pueblo vivo de Dios en medio del mundo, durante este año de 2015. Al reflexionar en esas promesas también nos damos cuenta de que nuestra colaboración es necesaria para que esas promesas se hagan realidad. Por consiguiente, me gustaría reflexionar con ustedes sobre mi experiencia misionera en Madagascar y, así espero perfilar un camino que nos haga mediadores eficaces de las promesas de Dios.
Colaboración
En primer lugar, yo, por mí mismo, era incapaz de hacer lo que dije que haría. Para cumplir mi promesa necesitaba la ayuda y la colaboración de muchas otras personas, es decir, guías y conductores que estuviesen familiarizados con las carreteras y que supiesen dónde queríamos ir. Nuestros Fundadores hicieron una promesa a nuestros amos y maestros: que proclamaríamos la Buena Noticia de Jesucristo. Ninguno de nosotros, solo, puede cumplir esa promesa. Desde el comienzo Vicente se dio cuenta de que tenía que implicar a otros en su ministerio para ser eficaz. Por lo tanto, después de haber visto la prueba de virtud y capacidad de François du Coudray, Antoine Portail y Jean de la Salle, Vicente los invitó a unírsele para predicar misiones populares (SVP X, 243). En un periodo corto de tiempo, los misioneros se dieron cuenta de que ellos necesitaban también colaboradores, puesto que era patente que los pobres sufren más por falta de organización que por falta de generosidad (cf. SVP X, 574), y por eso llegaron a crearse las cofradías de caridad. Más tarde, durante el siglo XIX, cuando Federico Ozanam fundó la Sociedad de San Vicente de Paúl, recurrió a una Hija de la Caridad para aconsejar y acompañar a los miembros de este grupo de estudiantes universitarios recién formado: Sor Rosalie (Rendu) les dio un inestimable consejo, elaboró para ellos una lista de familias pobres para ir a visitarlas, les proporcionó boletos para pan y carne hasta el momento en que la Conferencia fuese capaz de emitir los suyos propios.[2] Durante ese mismo periodo de tiempo, Catalina Labouré pidió al P. Jean Marie Aladel colaborar en la puesta en marcha de un grupo de hombres y mujeres jóvenes que hoy se conocen con el nombre de Juventudes Marianas Vicencianas.
La colaboración es fundamental para nuestro ser como Vicencianos. Ninguno solo puede proclamar la Buena Nueva de forma eficaz; ninguno solo puede establecer estructuras que unan al mundo en una red de caridad; ninguno solo y ninguna rama de la Familia Vicenciana posee el único camino, o el camino privilegiado, que posibilite a sus miembros seguir a Jesucristo, el evangelizador y servidor de los pobres. Sin embargo, cuando compartimos nuestros dones y talentos, cuando nos unimos en un proyecto común, cuando “nosotros” y “nuestro” es más importante que “yo” y “mío”, entonces, unidos a Cristo y como Vicencianos, establecemos una diferencia; entonces nosotros, unidos a Cristo y como Vicencianos, hacemos posible que las promesas de ayer se realicen hoy.
Sentirse incómodos y asumir riesgos
En segundo lugar, para cumplir mi promesa al P. Antón Kerin, tuve que viajar por carreteras difíciles que implicaban asumir riesgos y que a mí mismo me resultaron incómodas. Lo mismo se puede decir de nosotros como Familia Vicenciana, si queremos permanecer fieles a nuestra promesa de ser los servidores de los olvidados, abandonados, y arrinconados de la sociedad, los servidores de nuestros hermanos y hermanas que viven en medio de la pobreza y de la miseria. Si somos honestos, creo que la mayoría de nosotros tendríamos que admitir que no estamos muy a gusto con la realidad de la colaboración. Un enfoque colaborador con relación al ministerio/servicio es más exigente que un enfoque individual, y porque es más exigente, nos sentimos naturalmente a disgusto y podríamos tratar de evitar comprometernos con tal enfoque.
Tomemos un minuto para mirar algunas de esas exigencias que podemos encontrar amenazadoras: el ministerio/servicio en colaboración implica una voluntad de abandonar el control y el poder, una voluntad de unirse a otros como socios iguales en los procesos de toma de decisiones, una voluntad de invitar a los pobres a sentarse con nosotros en torno a la mesa donde se toman esas decisiones (decisiones que los afectan a ellos y a sus familias). Ese estilo de ministerio/servicio exige un diálogo abierto y honesto, así como una voluntad para “comprometerse”… una palabra que en los últimos años ha tomado significados negativos, tales como: debilidad, traición a los ideales y abandono de los principios morales. Todo eso puede hacernos sentir incómodos, porque implica un riesgo, es decir, en el corazón del tema está la realidad verdadera y cierta de que hoy, ustedes y yo, estamos invitados a cambiar (y siempre nos sentiremos incómodos e inseguros cuando nos confrontamos con la necesidad de cambiar). Ustedes y yo estamos invitados a cambiar la forma en la que actuamos recíprocamente unos con otros, cambiar las formas de nuestros ministerios/servicios, cambiar los modos en los que expresamos nuestra solidaridad con los miembros más desfavorecidos de la sociedad. El grado en el que estemos dispuestos a comprometernos en este proceso de conversión determinará en qué proporción nosotros, unidos a Cristo y como Vicencianos, somos capaces de establecer una diferencia hoy y mañana. Determinará la manera en que las promesas de ayer lleguen a ser realidad hoy.
Elementos que realzarán nuestra colaboración
Algunos elementos deben caracterizar todos nuestros esfuerzos conjuntos para marcar una diferencia en el mundo actual y llevar a cumplimiento las promesas de ayer. Yo sé que si fuésemos a hacer una lista de esos elementos necesarios, incluiríamos la oración (en todas sus diversas formas), la práctica de la virtud, la lectura y reflexión de las Escrituras, la escucha atenta… Ustedes conocen la lista de elementos. Aquí, no obstante, me gustaría referirme a algunos que no siempre encuentran un lugar en nuestras listas, pero que yo creo que son necesarios si queremos ser mediadores eficaces e influyentes de las promesas de Dios. Mi lista, además de los elementos mencionados arriba, incluiría:
- Curiosidad: en la medida en que nos comprometemos en un ministerio/servicio compartido con las otras ramas y miembros de la Familia Vicenciana, necesariamente llegamos a implicarnos en una búsqueda constante de orden en medio del caos, y de significado en medio de la confusión y el sufrimiento. Esa búsqueda nos lleva a formularnos la pregunta, ¿por qué? y, en la medida que continuamos nuestra búsqueda, descubrimos otra pregunta, otro ¿por qué?, y luego otra pregunta y otro ¿por qué? Esta curiosidad, sin embargo, debe darnos el coraje de transitar por caminos nuevos, aunque eso signifique quemarse, herirse y mancharse, porque hemos optado viajar por rutas que están todavía en construcción (cf. Evangelii Gaudium, n.49).
- Análisis crítico: la curiosidad y el análisis crítico van de la mano. La curiosidad pregunta ¿es esto verdad? Mientras que el análisis crítico nos capacita para mirar más allá de declaraciones como: “¡esta es la forma en que siempre hemos hecho las cosas! ¡Así hemos actuado siempre!” Este elemento de análisis crítico es especialmente importante y necesario, ya que estamos llamados a participar en la Nueva Evangelización, un proceso que es nuevo en su ardor, nuevo en su método y nuevo en su expresión.
- Lenguaje creativo: El amor es infinitamente inventivo (SV XI/3, 65). Su comunidad [su grupo o su rama de la Familia Vicenciana] como entonces no era lo que es actualmente, hemos de creer que tampoco es ahora lo que será luego, cuando Dios la haya situado en el puesto en que la quiera (SVP IX, 234). La Curiosidad lleva a formas creativas de imaginación, que a su vez nos mantienen en nuestros esfuerzos para proclamar la Buena Nueva como una realidad presente, que es ambas cosas: “buena” y “nueva” para los que son pobres.
- Vasijas de barro: una conciencia que nos capacita para mantener nuestra perspectiva y vernos a nosotros mismos como lo que somos: recuerda que eres polvo, y que en polvo te convertirás (Liturgia del Miércoles de Ceniza); Te doy gracias por tan grandes maravillas: ¡prodigio soy, prodigios son tus obras! (Salmo 139,14). Recordemos algunas de las palabras que san Vicente decía hablando de sí mismo: Soy hijo de un labrador, que guardé puercos y vacas, y … que esto no es nada en comparación con mi ignorancia y mi maldad. (SVP IV, 210); ¡Si soy un miserable, yo que predico a los otros, y estoy lleno de estos malditos pensamientos! (SVP IX/2, 659); ¡Oh Salvador! Perdona a este miserable pecador, que estropea todos tus planes (SVP XI/3,174); Intento perseverar en el bien que he comenzado porque eso agradará a Dios (SVP IX/2, 806). Cada uno de nosotros tiene dones y talentos y fuerzas; cada uno de nosotros tiene limitaciones, y manchas oscuras, y debilidades. ¡Somos grandes y pequeños al mismo tiempo!
- Capacidad de soñar un mundo mejor: Como miembros de una amplia Familia tenemos sueños y visiones de un nuevo día: vi un cielo nuevo y una tierra… y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado (Apocalipsis 21,1.4); Que fluya el juicio como agua y la justicia como un torrente inagotable (Amós 5, 24). Sin embargo, ejercemos el ministerio en una pequeña zona del mundo, y podemos experimentar la tentación de pensar que nuestro ministerio/servicio es insignificante en el esquema global de la realidad. Pero eso no es cierto. Debemos pensar que todos somos parte de un rompecabezas, un proyecto que está formado por cientos de piezas. Aunque seamos solamente una pieza, esa pieza es, no obstante, esencial, y tiene un gran valor; esa pieza, nuestra pieza del proyecto común, juntamente con todas las otras, contribuye de hecho a cambiar el mundo. Juntos hacemos la diferencia.
Conclusión
Vivimos en un mundo en donde la gente hace promesas de una clase y de otra cada día, y luego olvidan las promesas que hicieron alguna vez. La gente, sin embargo, espera que actuemos de manera diferente; espera que seamos valientes y que cumplamos nuestras promesas; que mantengamos las promesas de Dios y las promesas de nuestros Fundadores. En el siglo XIX el pueblo francés estaba desanimado y desalentado. Se les habían hecho promesas y sin embargo la mayoría de la gente continuaba viviendo en la pobreza. Federico Ozanam entendió la situación y retó a los miembros de la Sociedad de San Vicente de Paúl con palabras que continúan retándonos en el siglo veintiuno. Me gustaría terminar esta reflexión con palabras de Federico: La tierra se ha hecho un lugar frío. Depende de nosotros, católicos [como Vicencianos] volver a encender la llama del calor humano que se ha extinguido. Depende de nosotros comenzar de nuevo el gran trabajo de regeneración, incluso si eso significa otra era de mártires. ¿Podemos permanecer pasivos en medio del mundo que está sufriendo y gimiendo? ¿o vamos a intentar ser como esos santos que amamos? No sabemos cómo amar a Dios, porque parece que tenemos que ver para amar, y sólo podemos ver a Dios con los ojos de la fe, y ¡nuestra fe es tan débil! Pero nosotros vemos a los pobres con nuestros ojos de carne. Ellos están ahí, delante de nosotros y podemos poner nuestro dedo y nuestra mano en sus heridas, y las marcas de la corona de espinas están visibles en sus frentes. Así no hay espacio posible para la increencia, y debemos caer a sus pies y decirles con el apóstol: “¡Señor mío y Dios mío! Tú eres nuestro maestro y nosotros tus servidores. Vosotros sois para nosotros la imagen sagrada del Dios que no podemos ver. Ya que no sabemos cómo amarle de otra manera, nosotros le amaremos en vuestras personas[3].”
Que el Señor nos bendiga a todos mientras celebramos este tiempo de Adviento, un tiempo en el que Dios cumple las promesas que se hicieron a nuestros padres y que son renovadas en esta era; un tiempo en el que Dios cumple sus promesas usándonos como humildes instrumentos y ministros celosos.
Su hermano en San Vicente,
Gregory Gay, C.M.
Superior General
[1] San Vicente de Paúl, Obras Completas, Trad. de A. Ortiz sobre la edición crítica de P. Coste. Ediciones Sígueme – Salamanca: 1972-1982. [Adquiridos todos los derechos por Editorial CEME, en 1982].
[2] Baunard, Ozanam in his correspondence, Traducido por un miembro del Consejo de Irlanda de la Sociedad de San Vicente de Paúl, Catholic Truth Society of Ireland, Dublin, 1925, p. 72.
[3] Ozanam, editores: Amin A. de Tarrazi y Pr. Ronald Ramson, CM; texto: Pierre Pierrard, Amin A. Tarrazi, Caroline Morson, y Pr. Ronald Ramson, CM, Editions de Signe y impreso en Italia por Albagraf, Pomezio, 1997, p. 22.
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